jueves, 20 de agosto de 2009

LOS POBRES VIEJECITOS


Érase una vez unos pobres viejecitos, que simplemente deseaban descansar en su humilde y extensa tierrita. Descaradamente eran llamados por algunas personas inmisericordes: terratenientes. ¿Cómo es posible tal exabrupto? Si escasamente contaban con cabezas de ganado, sembrados y trapiches. No tenían muchos amigos, pero eso sí, eran muy religiosos. Rezaban muy de vez en cuando a algunos angelitos de la guarda vestidos de verde, con arpas de metal y oscuras aureolas que cubrían todo su rostro. Esto sucedía, debido a que aquellos seres celestiales no podían ser vistos realizando milagros a los “tiernos viejecitos”, ya que, según cuentan las escrituras sagradas de este poblado, los que lo hacían, desaparecían inexplicablemente.

Sin embargo, no todo era remanso en esta tierrita productiva, puesto que habían algunos seres malignos, con apariencia humilde, que vivían circundantes a las hectáreas de los “pobres señores” y con una tónica bastante molesta. Siempre lo hacían, con la excusa inoportuna que su terruño era lo único que les daba para el sustento de su familia y esperanzados soñaban con trabajarla en paz. Para colmo de males no querían irse de allí y por eso, los viejecillos recurrieron, ocultamente y de hinojos, a pedir un milagro a sus ángeles de la guarda. Estos nunca hicieron su aparición a la luz del día y más bien decidieron obrar caritativamente con su rayo celestial, en medio de la noche, cuando los campesinos dormían plácidamente en tierras que no eran para su clase y nivel social.

El milagro fue obra divina, los molestos vecinos desaparecieron. Se pensó inicialmente que fue por motivos extraterrenales, pero no fue así, únicamente les pidieron de manera "cortes" a cada uno de estos pobladores que se pusieran de rodillas, ¡era lógico!, debían rendirle pleitesía a los santos que hicieron su aparición. Cada uno de estos “campesinos inoportunos” recibió en su frente la bendición de los seres alados, por medio de las melodías que fluían de las arpas de metal.

A la mañana siguiente los vecinos de nuestros queridos hacendados ya no estaban, ni siquiera sus casas que ardían, debido al fuego limpiador del pecado. Por casualidad, el azar quiso jugar a favor de los viejecillos, encontrando estos, en la tierra dejada por los malignos seres, una "mísera" reserva de minerales que prontamente, bajo su espíritu filantrópico, se convirtió en una mina aurífera. Del mismo modo, nuestros loables ángeles siguieron entonando sus arpas muchas noches más, cada vez que escuchaban los rezos de otros ancianitos deprimidos, hasta erradicar definitivamente ese mal de la zona llamado: labriegos; y la suerte siguió sonriéndole merecidamente a estos humildes hacendados, con otras coincidenciales minitas auríferas y algunos cuantos contratos realizados con el Estado y multinacionales, allí mismo, en las tierras dejadas por los resabiados desaparecidos.

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