viernes, 21 de agosto de 2009

CUANDO MORIMOS JUNTOS

Al enterarme de tu noticia, mi garganta se anudó inesperadamente, sentí un vacío que me recorrió de pies a cabeza, no creí que fuese el momento aún, todavía nos faltaban caricias y abrazos por compartir. Miré mi reflejo en el espejo, tenía una cara demacrada y triste como el otoño. Me repetía nuevamente ¿por qué?, no entendía la labor que desempeñaba el destino en la vida. De lo que sí estaba seguro, era que en nada obraba la justicia en su juego.

Empezaron a brotar cálidas lágrimas que descendieron lentamente por mis mejillas. Me apenaba el alma y junto a ti, moría a partir de ese momento, el sentido de la vida misma. Se nubló por un instante mi alrededor, me condensaba en la niebla absurda de la realidad. Todo era distinto, el encanto y la sensación de alegría, fueron degradados por el amargo instante que nos entrega el dolor.

Ahora estoy aquí parado, observando a la multitud hipócrita y sádica que se saborea con este espectáculo trágico y morboso de la muerte, mientras la tierra va desapareciendo de mi vista tu ultima imagen: un ataúd descendiendo lenta y pesadamente al vacío oscuro. Ellos, los supuestos condolidos, lamerían tu cuerpo frío e inerte, con tal de saciar su sed ponzoñosa.

Sin embargo, no soy yo, estoy ahora en el mundo que muchos ven y muy pocos notábamos, ya que nos ocupábamos de vivir. Vienen a mi mente aquellos recuerdos lejanos en que prometimos amarnos hasta la muerte y en el que la felicidad tocaría cada mañana a nuestra puerta. Recuerdo esas canciones, esas palabras llenas de dulzura y aquellos atardeceres infinitos.

Hoy dejo ese lindo universo del que estábamos apartados de la rutina y la prisa. Ahora seré otra alma penante merodeando afanosamente y sin llegar a nada. Mientras me arrodillo para dejar en tu tumba una de las muchas rosas que solía darte al llegar a casa, doy la orden divina para que talen todos los manzanos existentes en el que se encuentre esculpido un corazón con un “Te Amo” en el medio; asimismo mandaré a opacar ese sol que nos iluminaba las caras radiantes, apagaré las estrellas fugaces que nos hicieron anhelar un futuro lleno de sueños, ordenaré acallar el trinar de los pájaros que nos despertaba cada mañana luego de haber hecho el amor por las noches y finalmente, desteñiré ese rojizo atardecer que nos puso a ti y a mi a suspirar, mientras te recostabas en mi hombro.

Quisiera devolver el tiempo para estar en aquel lugar en el que tropezaste y caíste al vacío, para salvarte y salvarnos juntos.

jueves, 20 de agosto de 2009

UN CUENTO


Cierta mañana una joven salió de su casa a detallar el paisaje, divisó en el horizonte el sol que a muy tempranas horas del día esparcía sus rayos, se sorprendió por la imponencia y calidez de su luminosidad. De la misma forma, su alma conservó el brillo inocente en el momento preciso que su mirada recorrió lentamente el azul del cielo, ese cielo parecido al reflejo mágico e hipnótico del mediterráneo. El lago, a pocos metros de su jardín, parecía un recinto sagrado, inspiraba paz y armonía tan solo presenciando sus aguas cristalinas y a los peces multicolores bailoteando. Sin embargo, puso sus pies de nuevo en la tierra y se enteró que estas maravillas no hablaban, no escuchaban, no sentían ni mucho menos recordaban.

Se sentó en una roca y empezó a llorar, se encogía de hombros al rememorar que su novio le puso como testigos al cielo y el sol, jurándole amor eterno. Igualmente, suspiró de dolor al recordar cuando aquel hombre le recitaba poemas al lado del lago, insistiéndole de una y mil maneras que ella sería su única e infinita alegría. Quiso la joven que tanto el cielo, el sol y el lago hablasen ante la justicia del destino como cómplices que fueron y repitiesen lo que su enamorado prometió en aquellas ocasiones. Desfalleció ante tal circunstancia y maldijo la hora en que confió no sólo en la palabra de un traidor, sino en tres mudos e inertes con apariencia celestial.

LOS POBRES VIEJECITOS


Érase una vez unos pobres viejecitos, que simplemente deseaban descansar en su humilde y extensa tierrita. Descaradamente eran llamados por algunas personas inmisericordes: terratenientes. ¿Cómo es posible tal exabrupto? Si escasamente contaban con cabezas de ganado, sembrados y trapiches. No tenían muchos amigos, pero eso sí, eran muy religiosos. Rezaban muy de vez en cuando a algunos angelitos de la guarda vestidos de verde, con arpas de metal y oscuras aureolas que cubrían todo su rostro. Esto sucedía, debido a que aquellos seres celestiales no podían ser vistos realizando milagros a los “tiernos viejecitos”, ya que, según cuentan las escrituras sagradas de este poblado, los que lo hacían, desaparecían inexplicablemente.

Sin embargo, no todo era remanso en esta tierrita productiva, puesto que habían algunos seres malignos, con apariencia humilde, que vivían circundantes a las hectáreas de los “pobres señores” y con una tónica bastante molesta. Siempre lo hacían, con la excusa inoportuna que su terruño era lo único que les daba para el sustento de su familia y esperanzados soñaban con trabajarla en paz. Para colmo de males no querían irse de allí y por eso, los viejecillos recurrieron, ocultamente y de hinojos, a pedir un milagro a sus ángeles de la guarda. Estos nunca hicieron su aparición a la luz del día y más bien decidieron obrar caritativamente con su rayo celestial, en medio de la noche, cuando los campesinos dormían plácidamente en tierras que no eran para su clase y nivel social.

El milagro fue obra divina, los molestos vecinos desaparecieron. Se pensó inicialmente que fue por motivos extraterrenales, pero no fue así, únicamente les pidieron de manera "cortes" a cada uno de estos pobladores que se pusieran de rodillas, ¡era lógico!, debían rendirle pleitesía a los santos que hicieron su aparición. Cada uno de estos “campesinos inoportunos” recibió en su frente la bendición de los seres alados, por medio de las melodías que fluían de las arpas de metal.

A la mañana siguiente los vecinos de nuestros queridos hacendados ya no estaban, ni siquiera sus casas que ardían, debido al fuego limpiador del pecado. Por casualidad, el azar quiso jugar a favor de los viejecillos, encontrando estos, en la tierra dejada por los malignos seres, una "mísera" reserva de minerales que prontamente, bajo su espíritu filantrópico, se convirtió en una mina aurífera. Del mismo modo, nuestros loables ángeles siguieron entonando sus arpas muchas noches más, cada vez que escuchaban los rezos de otros ancianitos deprimidos, hasta erradicar definitivamente ese mal de la zona llamado: labriegos; y la suerte siguió sonriéndole merecidamente a estos humildes hacendados, con otras coincidenciales minitas auríferas y algunos cuantos contratos realizados con el Estado y multinacionales, allí mismo, en las tierras dejadas por los resabiados desaparecidos.

PERROS CALLEJEROS


“Una tarde decidí no seguir adelante, sentía que la lucha en este mundo era infructuosa y desgraciada. Sin embargo me di cuenta en ese instante de un perro callejero que pasaba por la calle, algo sarnoso y hambriento, tiritando de frío e inmutable mientras era maldecido por los transeúntes del lugar. Aún así, el perro movió su cola y corrió con gran emoción al percibir una niña que deseaba acariciarlo

Volteé mi cabeza y me di cuenta que siempre tenemos mucho de perros callejeros: sarnosos por la codicia, hambrientos de poder y sumidos en el frío de pobres victimas. Pero lo que todavía nos ha faltado para graduarnos como verdaderos perros callejeros, es llegar a ser inmutables ante las adversidades de la vida y agradecidos mientras el viento esté a nuestro favor.”



¡.......!


Es agradable saber que podemos gozar de nuestras alegrías y luego degradarnos con nuestras inmundicias...si no fuésemos duales, no habría manera de comparar a la oveja blanca con la descarriada ni mucho menos habría forma de justificar a los fuertes si no existiesen los débiles...

¡Al diablo con la paz y la vida eterna! somos mejores personas si tenemos la posibilidad de errar, de dudar, de deprimirnos, de llegar al mismo infierno y besar los pies de Satanás... ¿acaso nos hemos preguntado algún día si el mal realmente no justifica la bondad? ¿no hemos pensado que sin ladrones y criminales no existirían los honestos, nuestro sentido de pertenencia y hasta la misma justicia?...abramos los ojos y entendamos que sin la inspiración de la tristeza y la infelicidad no habríamos logrado plasmar las más grandes obras de arte...ser duales nos permite ser equilibrados, emocionales y conscientes del mundo en que vivimos...¿por qué perdemos el tiempo en tratar de buscar la supuesta gloria eterna por medio de castigos y cargos de conciencia? más bien sintámonos orgullosos de ser mundanos e imperfectos...no olvidemos que la verdadera experiencia se adquiere cada vez que tocamos fondo, aprendemos de ello a ser racionales y acertados...entendamos que si todos fuésemos buenos, no se justificaría el cielo...ya que no habría merito alguno para alcanzarlo...no todos podemos ser héroes, faltan algunos desquiciados que los magnifiquen...